El marqués de Esquilache, el principal ministro del rey Carlos III, se había propuesto un programa de modernización de la villa de Madrid.
Este plan incluía la limpieza, pavimentación y alumbrado público de las calles, la construcción de fosas sépticas y la creación de paseos y jardines. Teniendo en cuenta que en aquella época lo habitual era el gritar "¡agua va!" mientras se arrojaban las aguas sucias desde la ventana a la calle, no parecían malas medidas.
Sin embargo, entre estas medidas el marqués de Esquilache incluyó la renovación de una prohibición ya existente, que pretendía erradicar el uso de la capa larga y el chambergo (un sombrero redondo de ala ancha), vestimentas por otra parte tradicionales de la época. Esta prohibición se basaba en el hecho que estas vestimentas permitían ocultar el rostro y armas a su portador, fomentando así toda clase de delitos y desórdenes.
En un clima de escasez de alimentos, estas medidas volvieron al ministro extremadamente impopular, situación agravada por su origen italiano. Esquilache, lejos de amedrentarse, ordenó a los soldados que forzaran el cumplimiento de la orden, sucediéndose pequeños conatos violentos.